Las precarias, transfronterizas y monstras también comen*

Cada vez que comienzo a trabajar en un nuevo proyecto curatorial se activan todos los dilemas y contradicciones, que son parte del intento de vivir una vida feminista, anti-racista, anti-capitalista y anti-colonial. Esto siempre es muy agotador (porque literalmente es intentar vivir contra el sistema –pareciera un absurdo), sin embargo, es una fuerza inevitable, que pasa por el cuerpo y antes que paralizar, por su condición paradójica, me moviliza.  Así que he decidido escribir este artículo, para compartir con vosotras algunas de las cuestiones, que últimamente me han estado generando cierto malestar.

Empiezo por la cuestión del nombrar, un tema profundamente político. El llamado “arte feminista” o “curadoría feminista” me parecen formas problemáticas de enunciar un conjunto de prácticas, que aunque compartan una serie de elementos en común, son plurales y diversas como lo son sus productoras. En este sentido, el adjetivo identitario nos llevaría a discutir problemáticas de carácter ontológico, que no acaban aportando mucho a los debates sobre prácticas artísticas y curatoriales, feminismos y relaciones de género. Como considero que el feminismo no es una identidad sino un modo de habitar el mundo, es decir, una forma política de inventarse la vida desde su dimensión cotidiana (en el ámbito académico, las relaciones de amistad y de amor, la escritura, la comida, la elección de las lecturas, las maneras de viajar y un largo etcétera), prefiero sustituir “arte feminista” por “intervenciones feministas en el campo artístico” – de acuerdo con Griselda Pollock – para intentar desmarcar esos quehaceres (que son altamente políticos) del juego perverso del mundo del arte.

La segunda cuestión que quiero compartir es la preocupante disociación entre el contenido y la forma, que presentan muchos de los festivales, muestras y encuentros de arte político, feministas o queer a los que últimamente he asistido. Confieso que cada vez tengo menos claro quienes son los enemigos. La cultura, que en un principio era un instrumento de transformación social, está siendo capturada por las fuerzas del capitalismo colonial- esclavista- financiero y siento una urgencia, la pregunta colectiva por nuestras prácticas como gestoras, curadoras, productoras de proyectos, es decir, generadoras de discursos, que contribuyen a la formación del imaginario social en el que vivimos. La situación se agrava cuando proyectos culturales, asumidamente críticos, reproducen las mismas jerarquías y opresiones, que están pretendiendo criticar, bajo lógicas mercantilistas muy perversas.

Sabemos que la acumulación de capital se da gracias a la explotación de la propia vida de las personas, territorios y el resto de los seres vivos que habitan la biosfera. Sin embargo, las fuerzas del régimen colonial capitalista van más allá y el ejercicio de expoliación también se encuentra en el ámbito de la micropolítica, en lo que Suely Rolnik llama la “fábrica  de mundos”, es decir, el inconsciente.  Estos encuentros y festivales de arte político entran en la escena, bajo deslumbrantes luces y mucho glitter, sabiendo usar las categorías que la academia estadounidense ha puesto de moda (fronterizx, queer, migrantx, precarix, gordx) y reproduciendo la verticalidad del sistema jerárquico que están diciendo deconstruir. Las coordenadas, tan criticadas por ellxs mismxs, “norte-sur” o “centro-periferia”, se re-actualizan diariamente bajo estas formas de actuación. ¿Quién quiere se parte de esto?

El esquema que se presenta es el siguiente: organizar un encuentro de arte político con fondos de instituciones privadas y/o públicas; invitar a un pequeño grupo de artistas ofreciendo honorarios y cubriendo los gastos básicos (viajes de avión, hospedaje y diarias); abrir una convocatoria para que un gran número de artistas “emergentes” (aunque tenga cuarenta años o más) de diferentes países, participen sin recibir honorarios o algunos de los gastos básicos, bajo la promesa de un futuro mejor (más visibilidad, oportunidades de trabajo). Como ya sabemos, el futuro, en su esencia, es una imposibilidad. Estoy de acuerdo con Rolnik cuando afirma que esta lógica maldita se asemeja a la relación entre el proxeneta y la trabajadora sexual. Él (el festival), se presenta como alguien brillante, que domina su vida y ella (la artista) acepta ser explotada, con la promesa de que Él le garantizará un futuro con cierta estabilidad. El problema es que para Él, la Otra no tiene ningún valor como existencia, apenas como un objeto para su goce (una artista-objeto, que dota de discurso a la institución de manera gratuita). La trabajadora sexual, que también paga renta y se alimenta al igual que las artistas, al menos recibe un monto simbólico de honorarios.

Que no se mal-interprete mi exposición. No estoy criticando a la artista que acepta ser parte de esas lógicas mercantilistas. Estoy posicionándome fuertemente contra las formas de organizar festivales y encuentros, que presentan “arte político” y reproducen todas y cada una de las opresiones, que ese mismo arte pretende denunciar – por eso, insisto en la importancia de reflexionar sobre la idea de intervención (práctica feminista) más que de definición (como identidad). En este sentido, el arte deviene una experiencia despolitizada y definida por la tiranía de la visibilidad, la participación y el éxito. La pregunta que me hago es ¿cómo podemos devolverle al arte su fuerza vital –ética y estética? Frente a esta crisis, siento que el gran desafío actual dialogaría con lo que Marina Garcés llama “desapropiar la cultura”, es decir, devolverle su dimensión política (su pulsión vital), haciendo que las prácticas artísticas y curatoriales que desarrollemos, generen experiencias otras del yo – del nosotras. Politicemos la participación, colocando el cuerpo para producir una presencia afectiva (que afecte y se deje afectar por); creemos las condiciones para darnos tiempo, espacio y recursos materiales, que nos permitan estar juntas e (i)magi(n)ar otros mundos.

Somos muchas las personas que pensamos y actuamos desde el campo artístico y lo sentimos como una necesidad. Parece que no podemos hacer otra cosa (como ser feministas). Justamente por este motivo, no consideramos que el arte sea un instrumento para capitalizar la vida (ni la propia, ni la ajena) o un producto del mercado. Así, considero que de la misma forma que nos enunciamos desde el arte, nos proyectamos en la sociedad. ¿Queremos vivir bajo la promesa de un futuro mejor? ¿Seguiremos produciendo discursos políticos para instituciones (administradas por personas –no hay que olvidarlo) que se apropian de la creatividad, la pasión y el deseo de transformación de este mundo? Entiendo que la vida está conformada por un cúmulo de complejidades, que para sobrevivir, nos llevan a negociar constantemente con el enemigo. ¡Sigamos haciéndolo! Pero asumiendo la responsabilidad de crear las condiciones materiales, que hagan posibles nuestros proyectos, generando los mínimos para que todas tengamos una vida digna.

El diseño de un proyecto curatorial implica decidir el qué, cómo, con quién, dónde y cuándo –decisiones todas ellas profundamente políticas. A mi parecer, una intervención feminista en la práctica curatorial tendría que ver con definir un encuentro-muestra-festival, que priorizara los procesos creativos frente a las obras-objetos, es decir,  formas políticas de hacer arte en lugar de arte político. Además, propondría conversatorios y mesas de discusión entre artistas, activistas, escritoras, investigadoras y el público asistente, con el fin de fomentar un diálogo abierto – ¿de qué otras maneras concebir el arte desde una dimensión transformadora? La selección de artistas participantes no debería parecerse a la lista de la compra del supermercado. Artistas con las siguientes opresiones: lesbianas, transgénero, homosexuales, discapacitadas (ciegas, sordas –cualquiera sirve), fronterizas, racializadas y un largo etcétera. Entiendo que se trataría más bien de trabajar con / cerca de, acompañando los procesos (incluso desde la distancia), para sentir con quién queremos dialogar, debatir, aprender, emocionarnos… Con-vivir. Destacaría también la importancia de proponer talleres dirigidos a públicos diversos, para compartir prácticas, saberes y experiencias con la comunidad.

Todo esto forma parte de un juego de negociaciones con un enemigo, que proporcionaría las condiciones materiales del proyecto. El reconocimiento artístico en términos de capital, conlleva un reconocimiento vital de las artistas, que les permite desarrollar sus prácticas en condiciones favorables y sostener una vida digna de ser vivida. Y cuando digo artistas, también estoy refiriéndome a todo el tejido humano que hace posible la materialización del proyecto –curadoras, productoras, comunicadoras, vigilantes de sala…

Últimamente siento que el “existir es resistir” comienza a ser un slogan despojado de su potencia política. A esos festivales queer que lo gritan a bocajarro, yo les respondería que efectivamente, existir es un acto de re-existencia y sobrevivencia, que implica también pagar la renta, el supermercado y el transporte público (como mínimo). Lxs precarixs, transfonterizxs y monstrxs también comen.

Referencias bibliográficas

Garcés, Marina (2013). Un mundo común. Editorial Bellaterra, Barcelona.

Rolnik, Suely (2006). Geopolítica del chuleo. Disponible < http://eipcp.net/transversal/1106/rolnik/es >

*Paola María Marugán Ricart

Nómada feminista, curadora y gestora independiente, doctoranda en el programa de Estudios Feministas de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco (UAM-X). Sus últimas curadorías han sido DEVIRES, encuentro pluri-artístico feminista en Salvador de Bahía (2018); el ciclo de cines experimentales alô alô mundo! cinemas de invenção na geração 68, presentado en Río de Janeiro (2017) y en Madrid, Barcelona y Valencia (2015). Ha publicado su primer libro Transarquivo: uma escrita revolucionária de relatos da história da arte (2018) Curitiba: Editora CRV. 

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